Federica Montseny Mañé (Madrid, 12 de febrero de 1905-Toulouse, 14 de enero de 1994) fue una política, sindicalista anarquista y escritora española, ministra durante la Segunda República, siendo la primera mujer en ocupar un cargo ministerial en España y una de las primeras en Europa occidental.
Publicó casi cincuenta novelas cortas con trasfondo romántico-social dirigidas concretamente a las mujeres de la clase proletaria, así como escritos políticos, éticos, biográficos y autobiográficos.
Era hija de los también anarquistas Juan Montseny Carret —que utilizó el seudónimo de Federico Urales— y Teresa Mañé Miravet —conocida también por el seudónimo de Soledad Gustavo—, quienes editaban La Revista Blanca, publicación destacada dentro del pensamiento libertario español durante el primer tercio del siglo XX, en la que ella misma publicó obras.
Su efectiva labor en el gobierno se vio limitada por la escasa duración de su mandato como ministra de Sanidad y Asistencia Social del gobierno de Francisco Largo Caballero que no llegó a alcanzar un semestre (noviembre de 1936 - mediados de mayo de 1937). Pero en ese corto espacio de tiempo planeó lugares de acogida para la infancia, comedores para embarazadas, liberatorios de prostitución, una lista de profesiones a ejercer por minusválidos y el primer proyecto de Ley del aborto en España. De los lugares para la infancia, en nada parecidos a los deprimentes orfanatos existentes por entonces, solo se pudo abrir uno cerca de Valencia. Tampoco hubo tiempo de que llegase a funcionar más de uno de los comedores para embarazadas en los que se velaba por una completa alimentación.
Ninguno de sus otros proyectos llegó a ejecutarse, y así su proyecto de ley del aborto, a la que se opusieron otros ministros del gobierno, quedó arrumbado tras su salida del gobierno debido a los sucesos de mayo de 1937. Tras la salida de este, opinó que a través del gobierno no se puede hacer ningún cambio profundo social, siendo el único camino posible la revolución libertaria.
Votó en contra, en el Consejo de Ministros del 19 de noviembre de 1936, de la conmutación de la pena de muerte de José Antonio Primo de Rivera.
Con el final de la Guerra Civil se hubo de exiliar a Francia, donde fue perseguida por la policía nazi y franquista, que pidió su extradición, denegada por las autoridades francesas, viviendo en libertad vigilada hasta la liberación de Francia en 1944 de la ocupación alemana. En 1940, cuando ya se encontraba en el exilio y ante el avance de los nazis hasta la frontera española, Montseny destruyó toda su documentación. La que pudo conservar la entregó, estando encarcelada en Limoges, y pasaron a formar parte de los fondos conservados por la UGT en Toulouse que desde 1982 se encuentran en el archivo de la Fundación Francisco Largo Caballero, ubicado en Alcalá de Henares.4
Adoptó el nombre francés de Fanny Germain, bajo el cual siguió publicando artículos. Instalada en Toulouse siguió trabajando por sus ideas, publicando y dirigiendo periódicos anarquistas como CNT y Espoir y realizando viajes por Suecia, México, Canadá, Inglaterra e Italia.
Con la llegada de la democracia a España en 1977 regresó y continuó con su activismo en pro de la CNT y del anarquismo, donde gozó de un enorme prestigio hasta su muerte. En sus últimos años reivindicó al Estado la devolución del patrimonio sindical incautado a la CNT tras finalizar la Guerra Civil, se opuso firmemente a los Pactos de la Moncloa y al recién instaurado sistema político constitucional español.
Hoy, muchas mujeres anarcosindicalistas la consideran una referente anarquista y feminista. Curioso dato sobre alguien que no solo no se consideró nunca feminista, sino que, además, titulaba un artículo publicado en La Revista Blanca como ‘Mujer, problema del hombre’ y afirmaba que le interesaban las cuestiones del feminismo, pero
“para combatirlas y situarlas en el punto donde han de partir todas las inquietudes humanas: la transformación de una sociedad injusta y el abandono de una moral y unas preocupaciones que solo han servido para esclavizar a la mujer y desviar a la especie toda”.
Opinaba que el feminismo merecía continuas críticas y que, en realidad,
“no existe feminismo de ninguna clase y si alguno hubiese, habríamos de llamarlo fascista, pues sería tan reaccionario e intolerante que su arribo al poder significaría una gran desgracia para los españoles”.
“¿Feminismo? ¡Jamás! Humanismo siempre”
Hablaba, es verdad, de igualdad entre los sexos, de acabar con la rivalidad entre hombres y mujeres:
“La cuestión de los sexos está clara: igualdad absoluta en todos los aspectos para los dos; independencia para los dos; capacitación para los dos; camino libre, amplio y universal para la especie toda”.
Federica Montseny, como Emma Goldman, una anarquista rusa reivindicada como feminista radical por las feministas de la tercera ola, con la que tuvo la oportunidad de compartir unas palabras, mostró durante toda su vida interés por la emancipación de las mujeres, pero aborrecía la lucha feminista porque la vinculaba con las sufragistas, “burguesas y reformistas” que luchaban por un derecho que, de inicio, desde el punto de vista anarquista, parte de una premisa errónea. El anarquismo siempre ha estado en lucha por los derechos, pero también ha cuestionado siempre el para qué de algunos de ellos, así como la existencia del Estado, que para Montseny es “el enemigo principal de la libertad humana y de la relaciones entre los hombres y los pueblos”. La anarquista anhelaba
“gestar un mundo socialista basado en los derechos del individuo y en la organización de la sociedad en la que no hay poder opresor, partiendo de la base de que todo poder, lo tome quien quiera, será forzosamente opresor y será forzosamente obligado a recurrir a la dictadura”.