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Ernestina de Champourcín, poeta española de la Generación del 27 y una de Las Sinsombrero.


Ernestina Michels de Champourcin y Morán de Loredo (Vitoria, 10 de julio de 1905-Madrid, 27 de marzo de 1999) fue una poeta española de la Generación del 27.​ Está en la nómina de Las Sinsombrero.

Primeros años y formación

Ernestina Michels de Champourcin y Morán de Loredo, nació en la calle del Paseo de San Francisco en Vitoria​ el 10 de julio de 1905, en una familia católica y tradicionalista,​ que le ofreció una esmerada educación (en la que se refuerza el conocimiento y uso de diferentes lenguas) en un ambiente familiar, culto y aristocrático, junto a sus hermanos.

Su padre era el abogado de ideas monárquicas, de inclinación liberal-conservadora, Antonio Michels de Champourcin y Tafarrell. Poseía el título de barón de Champourcin, lo que atestiguaba que la familia paterna, provenía de la Provenza francesa. Por su parte, Ernestina Morán de Loredo y Castellanos, como se llamaba su madre, nació en Montevideo, y era la única hija de un militar, asturiano de ascendencia, con quien viajó frecuentemente a Europa.

Alrededor de los diez años, se trasladó, junto con el resto de la familia, a Madrid, donde fue matriculada en el Colegio del Sagrado Corazón, y recibió preparación por profesores particulares; se examinó como alumna libre de bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros. Su deseo de estudiar en la Universidad se vio truncado debido en parte a la oposición de su padre, pese al apoyo de su madre, dispuesta a acompañarla a las clases, para cumplir con la norma existente para las mujeres menores de edad.

Su conocimiento del francés y del inglés, y su creatividad, la llevaron a comenzar desde muy joven a escribir poesía en francés, que ella misma destruyó al plantearse seriamente una vocación literaria. Su amor a la lectura y el ambiente culto familiar la pusieron en contacto con los grandes de la literatura universal desde muy pequeña, creciendo con los libros de Víctor Hugo, Lamartine, Musset, Vigny, Maurice Maeterlinck, Verlaine y de grandes místicos castellanos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. Más tarde leyó a Valle-Inclán, Rubén Darío, Concha Espina, Amado Nervo y, sobre todo, Juan Ramón Jiménez. La figura de Juan Ramón Jiménez tiene una importancia vital en el desarrollo de Ernestina como poetisa, y de hecho, ella siempre lo consideró como su maestro.​

Pertenencia a las Vanguardias

Como la gran mayoría de representantes de su generación, los primeros testimonios de su obra poética son poemas sueltos publicados a partir de 1923 en diversas revistas de la época, tales como Manantial, Cartagena Ilustrada o La Libertad. En 1926 María de Maeztu y Concha Méndez fundaron el Lyceum Club Femenino, proponiéndose con ello concienciar a la unidad entre las mujeres, a fin de que se ayudasen en la lucha por intervenir en los problemas culturales y sociales de su tiempo. Este proyecto interesó a Champourcín, que se involucró en él, encargándose de todo lo relativo a la literatura.

En ese mismo año Ernestina publica en Madrid su obra En silencio y le envía a Juan Ramón un ejemplar esperando el juicio y crítica del poeta a su primera obra. Pese a no recibir ninguna contestación, su camino se cruzó con el del admirado poeta y su mujer, Zenobia Camprubí, en La Granja de San Ildefonso. A partir de este casual encuentro surgió entre ambos una amistad que le llevó a considerarlo su mentor, al igual que les sucedió a sus compañeros de generación.​ Es así como entró en contacto con algunos de los integrantes de la Generación del 27: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas y Vicente Aleixandre. Y además, debe a su mentor conocer la poesía inglesa clásica y moderna: Keats, Shelley, Blake, Yeats.

A partir de 1927, Ernestina comienza una etapa en la que publica en los periódicos (en especial en el Heraldo de Madrid y La Época) casi exclusivamente crítica literaria. En estos artículos publicados antes de la guerra civil trata cuestiones como la naturaleza de la poesía pura y la estética de la “poesía nueva” que trabajaban los jóvenes del 27, grupo del que ella se sentía integrante al compartir la misma concepción de la poesía.​ Publica sus primeros libros en Madrid: En silencio (1926), Ahora (1928), La voz en el viento (1931), Cántico inútil (1936), lo cual la hace ser conocida en el mundo literario de la capital. Se puede descubrir una evolución en su obra desde un Modernismo inicial a la sombra de Juan Ramón Jiménez a una poesía más personal marcada por la temática amorosa envuelta en una rica sensualidad. Fue seleccionada por Gerardo Diego para su Antología de 1934, junto a Josefina de la Torre, siendo las únicas mujeres.

Mantuvo una intensa correspondencia con la poeta Carmen Conde, prácticamente ininterrumpida desde enero de 1928 hasta 1930. A partir de ese año, las cartas se fueron distanciando aunque la mantuvieron hasta los años ochenta. Sin embargo, por circunstancias diversas, se conservan sobre todo las cartas de Champourcín a Conde.

En 1930, mientras realiza actividades en el Lyceum Femenino, al igual que otras intelectuales de la República, conoce a Juan José Domenchina, poeta y secretario personal de Manuel Azaña, con quien contraerá matrimonio el 6 de noviembre de 1936.​

Poco antes del golpe de Estado de 1936 Ernestina publicó la que sería su única novela, La casa de enfrente, ya que aparte de ésta sólo escribió fragmentos de una novela inconclusa, Mientras allí se muere, en la que narra las vivencias experimentadas en su trabajo de enfermera durante la guerra civil.​ Los acontecimientos políticos que sucedieron justifican que su difusión quedara eclipsada. No obstante, esta obra representa un importante hito en la literatura escrita por mujeres, pues en ella la autora realiza a través de una narradora-protagonista, un análisis sobre la crianza, educación y socialización de las niñas burguesas en las primeras décadas del pasado siglo XX. Esta obra permite considerar a Ernestina de Champourcin como moderadamente feminista.​

Guerra civil y exilio

Durante la Guerra Civil, Juan Ramón y su esposa, Zenobia, preocupados por los niños huérfanos o abandonados, fundaron una especie de comité denominado "Protección de Menores". Ernestina se les unió en calidad de enfermera, pero debido a ciertos problemas con algunos milicianos tuvo que dejarlo y entrar como auxiliar de enfermera en el hospital regentado por Dolores Azaña.

Una de las consecuencias del trabajo de su marido Juan José, como secretario político de Azaña, fue que el matrimonio tuvo que abandonar Madrid, iniciando un periplo que les llevó a Valencia, Barcelona y Francia, donde estuvieron en Toulouse y París, hasta que, finalmente, en 1939, fueron invitados por el diplomático y escritor mexicano Alfonso Reyes Ochoa, fundador y director de la Casa de España de México, convirtiendo este país en el lugar definitivo de su exilio.

Pese a que en un primer momento Ernestina escribió numerosos versos para revistas como Romance y Rueca, su actividad creativa se redujo ante las necesidades económicas que le hicieron centrar su actividad en su trabajo de traductora para el Fondo de Cultura Económica y de intérprete para la Asociación de Personal Técnico de Conferencias Internacionales.

Su etapa en México es una de las más fecundas; publicó Presencia a oscuras (1952), Cárcel de los sentidos (1960) y El nombre que me diste (1960).​ En los años 50 conoce el Opus Dei y colabora en actividades de promoción social en un barrio marginal; poco después solicitó la admisión en esa institución de la Iglesia.

Su mentor Juan Ramón Jiménez trabajaba como agregado cultural en la embajada española en Estados Unidos y otros componentes del grupo del 27 se exiliaron también a América como fue el caso, entre otros, de Emilio Prados y Luis Cernuda.​ Pese a todo el cambio no fue fácil. El matrimonio no tuvo hijos, y sobrellevaron de forma muy distinta el desgajamiento de sus raíces. Mientras Juan José Domenchina no llevó bien su nueva vida como exiliado y murió en 1959,​ ella llegó a tener fuertes sentimientos de arraigo con esta su nueva “patria”.​ Es en este momento cuando la religiosidad vivida durante su niñez se agudiza, dando a su obra un misticismo desconocido hasta el momento. Publica Hai-kais espirituales (1967), Cartas cerradas (1968) y Poemas del ser y del estar (1972).

Regreso y "segundo exilio"

En 1972 Ernestina regresó a España. La vuelta no fue fácil y tuvo que vivir un nuevo período de adaptación a su propio país, experiencia que hizo surgir en ella sentimientos que reflejó en obras como Primer exilio (1978). Los sentimientos de soledad y de vejez y una invasión de recuerdos de los lugares en los que había estado y las personas con las que había vivido fueron inundando cada uno de sus posteriores poemarios: La pared transparente (1984), Huyeron todas las islas (1988), Los encuentros frustrados (1991), Del vacío y sus dones (1993) y Presencia del pasado (1996).

La obra titulada La ardilla y la rosa (Juan Ramón en mi memoria) (1981), es una selección comentada de su correspondencia con Zenobia, realizada por Ernestina y publicada por la editorial de la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez que la tituló Los libros de Fausto; Zenobia a su vez, publicó un pequeño y revelador libro, titulado Vivir con Juan Ramón que condensa páginas de su “Diario” de 1916 y su texto “Juan Ramón y yo“.

Análisis de su obra

La poesía de Ernestina de Champourcín es profunda y ligera, suave y contundente: melodiosa. Los versos de Ernestina, son de fácil y agradable lectura, y en ellos supo expresar certeramente la intensa hondura de su alma. Esto hace que su temática sea muy distinta a la de algunos de sus contemporáneos.

En parte de su obra se rememora la poesía de los grandes místicos españoles: Santa Teresa y San Juan de la Cruz; así como la obra de Juan Ramón Jiménez.​ De hecho, en Presencia a oscuras (1952) utiliza sonetos, décimas, romances y otras estrofas tradicionales de la poesía barroca.​

Es muy habitual al hablar de Ernestina de Champourcin como poeta de la Generación del 27, hacer recaer la atención sobre todo en su obra anterior a la guerra. Lo cual lleva inmediatamente a comentar, la radicalidad del cambio, que se produjo en la autora durante el exilio, que la lleva hacia la poesía religiosa. Pero, en cambio, pocas veces se habla de su última poesía, de la que escribió al regresar a España en la que, para algunos autores, está lo mejor de su obra, ya que se trata de una poesía en la que se conjuga la contemplación retrospectiva, la memoria, sin dejar de tener una mirada hacia el futuro afrontado con la lucidez y la valentía de quien se acerca a la muerte.

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